La velocidad del habla hace referencia a la rapidez con la cual pronunciamos las frases, mientras que la velocidad del pensamiento es la capacidad de encontrar las palabras necesarias para expresar verbalmente aquello que hemos pensado. Esta última, en los niños de edad comprendida entre los tres y los cinco años, es muy baja, dado que poseen unas capacidades lingüísticas y un nivel de vocabulario muy inferior al de los adultos. Por lo tanto, cuando la velocidad del habla de estos niños está proporcionada con su baja velocidad de pensamiento, no se manifiestan dificultades en la fluidez.
Sin embargo, hay situaciones que, indirectamente, inducen al niño a hablar con mayor velocidad:
Estas condiciones promueven, muy a menudo por imitación, el uso, por parte del niño, de velocidades más altas de aquellas que es capaz de sostener.
Se produce entonces un desequilibrio entre la velocidad del pensamiento y la velocidad del habla. La brecha creada viene anulada por un inicio ralentizado de la oración, caracterizado por repeticiones que se asemejan mucho a los bloqueos propios de los tartamudos. No obstante, todavía no podemos hablar de tartamudez, sino de una disfluencia fisiológica.
Para más información rellena el siguiente formulario y contactaremos contigo lo antes posible.