Desde que tengo uso de razón, la tartamudez ha estado presente en mi vida. Mi madre me ha contado que percibí mi primer bloqueo siendo muy pequeña y, desde entonces, me ha acompañado a lo largo de mis 33 años.
Cuando era niña, no recuerdo que esto fuera un trauma para mí, ni mucho menos. Sí viví momentos difíciles, de miedo o vergüenza, especialmente cuando tenía que leer en clase. Sin embargo, nunca sufrí burlas por parte de mis compañeros. Recuerdo que calculaba qué frase me tocaría leer en voz alta y la preparaba mentalmente con antelación para intentar que me saliera bien.
Nunca me llevaron a un logopeda y, a medida que fui creciendo, aprendí a lidiar con mi tartamudez utilizando muletillas, sinónimos más fáciles, etc. Aun así, siempre tuve claro que no me sentía libre y pensaba que era algo que nunca podría cambiar.
Mi padre también era tartamudo, pero nunca hablamos de ello. Hoy me da mucha pena no haberlo hecho. Creo que era un tema tabú: si no se hablaba, parecía que no existía. Hace dos años y medio me convertí en madre, y el miedo de que mi hija pasara por lo mismo me invadió. Desde que nació, comprendí lo que mi padre debió sentir en su momento. Seguramente, se sintió culpable de que yo heredara lo mismo que él. Falleció hace siete años y ojalá estuviera aquí para poder hablar con él del tema, para decirle: Papá, no es tu culpa, y si quieres, juntos podemos superarlo.
Antes del verano, empecé a investigar en internet y encontré a Savio. Pedí información sin estar del todo convencida, pero tras hacer una entrevista con él en julio, me transmitió mucha tranquilidad. Me sentí comprendida y, por primera vez, vi la posibilidad real de “corregir” la tartamudez. Decidí animarme a empezar el curso, ya que en septiembre tendría varios días de teletrabajo por el inicio del colegio de mi hija y pensé que sería una buena oportunidad para compaginarlo. Me preocupaba mucho el tema económico, ya que para mí suponía un gran esfuerzo. Sin embargo, me hice la pregunta: ¿Y si realmente funciona? Si no lo intentaba, nunca lo sabría, y no quería quedarme con la duda de no haberlo probado.
Tengo que decir que leerle a mi hija me ha ayudado muchísimo. Tanto mi compañero como Savio me han hecho sentir muy cómoda durante el curso, y he notado cambios en mí con algo tan simple como tomar conciencia de abrir la boca al hablar.
Me consuela saber que ya he aprendido la técnica y que ahora comienza el verdadero reto: ponerla en práctica cada día, superarme poco a poco y dominar los tres ejercicios. Me gusta también la idea de poder recurrir a los documentos que nos ha enviado Savio y, en un momento de duda, tenerlos ahí para recordar el curso.
Me encanta cuando Savio se refiere a sí mismo como ¡EX-TARTAMUDO! Y sueño con que, muy pronto, yo también pueda decirlo de mí misma.
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